
Ya de vuelta, pasamos de nuevo por la zona de avituallamiento. Ya no daban agua, pero quedaba la pequeña infraestructura creada y el personal de la organización. Desde lejos venía viendo como un mozo mantenía en sus fornidos brazos un bidón enorme de agua que iba ofreciendo a los corredores. Con la cabeza, los corredores, uno tras otro, fueron diciéndole al simpático mozo que no querían agua. Yo, exhausto y sediento, unos metros antes de llegar a su altura le hice con los brazos un gesto para que me tirase agua por encima. Al pasar, el mozo levantó el bidón y cayó sobre mí tal barbaridad de agua que el golpe me dejó aturdido. De repente mi escasa ropa pesaba varios kilos de más y mis zapatillas se encharcaron. Chof, chof, chof. ¡Qué cabrón el mozo de los cojones!

Ahí me tenéis, llegando a meta sin gafas. Nos costó recuperarnos. ¡Que dura Favara! La próxima Xeraco y la siguiente, Piles.
Antes de despedirme, un pequeño homenaje a un nuevo runner. Se trata de un buen amigo que está empezando y que cada vez va mejor. Su nombre es Juanma, o Juanra, nunca me acuerdo. ¡Ánimo no pares!
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