24 de noviembre de 2012

Por fin la alfombra azul

Allí estábamos los cinco. Para Gonzalo, Juanra y para mí, era nuestra primera cita con la maratón. Jose se estrenó el año anterior y Luis ya ha corrido varias por Europa. Pero todos estábamos igual de nerviosos y de expectantes ante un reto de tamaña dimensión.
Meses de entrenamiento, depósitos cargados de ilusión y piernas curtidas eran nuestros avales para afrontar el reto. Para el corredor popular el esfuerzo es garantía del éxito con independencia del resultado, por lo que el triunfo estaba asegurado. Sólo quedaba el último día, el de la carrera, pues la maratón empezó mucho antes, en agosto. Por aquellas fechas, Juanra y yo empezamos las tiradas con el objetivo puesto en la maratón de Valencia. Al principio no eran muy largas, pero sí exigentes debido a los calores estivales. Grandes madrugones no fáciles de compatibilizar con vacaciones y noches de verano.
Más tarde vinieron las tiradas largas y semanas repletas de kilómetros. Piernas doloridas pero cada vez más fuertes. Alguno de los entrenamientos ha quedado grabado en mi memoria de forma muy especial. Grandes momentos compartidos con buenos amigos.
Lo importante del día D es que no haya ningún imprevisto que impida disfrutar de la carrera y llegar a la meta, a la alfombra azul. El tiempo estuvo a la altura de las circunstancias y la lluvia no se atrevió a estropearnos el día.
Por fin salimos los más de nueve mil corredores. Desde el principio, noté que no iba bien. Molestias por aquí, dolores por allá. Aflojé el rimo y me quedé retrasado. Consciente de que la carrera era larga, sabía que no debía forzar. A los pocos kilómetros el Garmin dejó de funcionar. Falto de compañía, sin referencias de ritmo y sólo entre la multitud. No era lo previsto. Sin embargo, esa soledad me permitió disfrutar a fondo del recorrido, la ciudad, el público y, sobre todo, de las emociones vividas.
Hasta el kilómetro 16, no muy fino y algo lento, pero más o menos, iba bien. Esa parte del recorrido me gusta y, muy especialmente, el tramo que pasamos por el centro de Valencia (La Paz, San Vicente, Plaza del Ayuntamiento, Barcas y Colón). A partir de ahí y hasta el 28, el recorrido no ayuda. Empiezan a fallarme las fuerzas y tengo que tomarme antes de tiempo la barrita energética y el gel que llevo encima. Veo al cuñado andando por la acera y roto. Le pregunto pero no me oye. Va con Amparo quien me hace un gesto que lo dice todo. ¡Qué mala suerte! Ánimo Josequi y a por la próxima.
Luego viene el tramo de los túneles del margen del rio. Resulta muy emocionante. Los corredores gritamos y cantamos. Música a tope y, entre túnel y túnel, vemos arriba al público apoyado en las barandillas que no deja de animarnos. ¡Valientes! ¡Valientes! Yo saludo desde abajo sin saber a quién. Cada vez hay más público. Llegamos a la Alameda, el kilómetro 30 de la carrera. Las molestias en las rodillas van en aumento. Me preocupa físicamente y me hunde psicológicamente. ¡Qué mala suerte!, ¡Precisamente hoy!
El práctico de 4:15 se me escapa. Ya soy consciente de que estaré por encima de las 4 horas. No importa. Paso por delante de casa y allí veo a mi gente.  A pesar de que no voy nada bien, sus ánimos me empujan hasta el kilómetro 34. Ahí empiezo a sufrir mucho, al igual que casi todos los que veo a mi alrededor. Las molestias físicas arrecian y empiezo a arrastrar la pierna izquierda. Además hay poco público y eso me hunde un poco más. El calvario dura hasta el kilómetro 37, cuando llegamos de nuevo al puerto y veo y huelo el Mediterráneo. Estoy cerca del final y empiezo a creerme que puedo con esto. Sufro mucho pero ya no hay quien me pare. Incluso recupero e incremento el ritmo. Veo de nuevo a la familia y amigos animando en el kilómetro 40. Mi niña me mira alucinada y sonríe. ¿Qué pensará? me pregunto.
Me crezco, cruzamos el puente, giramos y bajamos al Rio. ¡Ya lo tengo! Por fin la alfombra azul bajo mis pies. La gente te anima, te empuja, te grita. Este momento lo había imaginado muchas veces y por fin lo estoy viviendo. Ya no me duele nada. Oigo al speaker y me emociono, grito y lloro. Llego fuerte y adelantando en los metros finales. Es como dicen, un final mágico. David, desde la zona vip, me hace la foto que me retrata como finisher. Tiempo oficial 4:21, tiempo real 4:16. ¡Ya soy maratoniano!
Pronto veo a los otros Vegablue. Hacía cuatro horas que no los veía aunque sabía que estaban cerca. Estamos muy contentos y nos felicitamos por la hazaña. Ahora a reponer fuerzas. También vinieron a comer Jose Luis que corrió el 10k y Héctor y Dani que corrieron unos kilómetros de la maratón. Comida muy entrañable.
Desde el 18 de noviembre, Vegablue es un poco más grande. Necesito otra. Quiero otra.